sábado, 11 de febrero de 2012

Seres corriendo a ninguna parte.

Te tiras en la suave arena de la playa, enfrente el mar. Escuchas el sonido de las olas y las gaviotas graznan. Amanece y ni si quiera es temprano. Seres estables pasan corriendo, de largo, inmersos en, lo que parece ser, su entrenamiento matutino. Abrazas las rodillas con los brazos, el viento sopla y de repente tienes frío. Un frío intenso que recorre tu cuerpo y estremece tus poros que momentáneamente lucen abultados gritando una reacción adversa. De repente estás entre cuatro paredes, de donde no has salido y entonces comienzas a no tener constancia de la diferencia entre estado de vigilia y estado de somnolencia, o por lo menos, descartas la ensoñación como método para distinguir uno de otro. "Demasiado soñadores". Sin embargo, bajo techo, el frío se hace aún más terrible. Se agarra a tus pulmones, los retuerce. Se cuela en tus terminaciones nerviosas y convierte en gélidas las puntas de tus veinte dedos. Apática frialdad. Quimera fantástica. En un delirio espontáneo, ¿alguna vez tú...? Las pestañas superiores e inferiores se entrelazan y se vuelven a distanciar en un intervalo de tiempo que dura un cuarto de segundo. Carece de importancia cuando consideras que la ignorancia, en ocasiones, es mejor amiga.

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