domingo, 9 de diciembre de 2012

Perecer.


"(...) Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido. 
Como para acercarla, mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. 
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, 
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, 
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo."   (Pablo Neruda, Poema XX).


No podía haber otra cosa que describiera con tal fidelidad sus sentimientos aquella noche. Ante aquella simple frase, su mundo se desmoronó de pies a cabeza, aún habiendo intuído hace mucho un final de estas dimensiones. Aquella noche, durmió realmente sola por primera vez. Aquella ilusión de tu cuerpo abrazado al suyo, bajo el mismo edredón, que acompañaba cada noche, se desvaneció. Durmió sola, sin poder soltar más de una lágrima. Tú, que gritas al viento tus sentimientos. Como nunca antes habías hecho. El viento acarició su oído y ella lo escuchó. Has cambiado. Ha acabado.