lunes, 18 de febrero de 2013

NEVER say never.

Como dice el dicho y The Fray en una canción fabulosa, nunca digas nunca. Y cuando es nunca, es nunca. Se ha convertido en mi filosofía por reiteradas ocasiones, como cuando en cuarto de la ESO, la coordinadora del instituto nos dio una charla acerca de qué rama de bachillerato escoger y bla-bla-bla, que iba al instituto a dar una charla al día siguiente el representante de la Universidad Carlos III de Madrid, una universidad localizada en Getafe que, según no sé que estudio-barra-encuesta, colocaba a un alto porcentaje  de sus estudiantes en el mundo laboral una vez finalizada la carrera, que era importante asistir, y bla-bla-bla. ¿Quién narices iba a tragarse una charla de un tipo representante de una universidad localizada en Getafe (ni más ni menos: a la otra punta de Madrid)? Nosotros a la Autónoma, como muy lejos. Vale, a día de hoy, ¿quién me iba a decir a mi que yo iba a ser la pringada que se hace una hora y media de camino en tren todas las mañanas porque estudia en la Carlos III de Madrid? ¿Quién?
O como aquella época en la que me dio por enamorarme de jovencitos, especialmente de unos ojos azules, clandestinamente. Cómo me ruborizaba en secreto cuando nos cruzábamos por los pasillos y cómo me olvidé de eso durante el verano. ¿Quién me iba a decir a mi que ojos-azules iba a ser tan grande después del verano? ¿Quién?
Así que, yo, que hace unos años decía que no me movería de esta pequeña ciudad en la vida, ya no estoy segura de nada, porque, ¿quién me iba a decir a mi que dentro de un año estaré estudiando en una preciosa ciudad de Holanda? ¿QUIÉN?

Y aquí lo firmo yo, que dentro de unos meses emprenderé la aventura más grande de mi vida, porque sí, eso parece, me voy a Holanda.